La Divina Apuesta



 

Hola a todos, y bienvenidos al primer post de este blog, donde hablamos de películas, series, libros, videojuegos, y todo aquello que tenga que ver con el mundo del entretenimiento y el ocio.

El siguiente relato, un tanto dramatizado, contará un poco acerca de mí, y de cómo empecé este viaje de tantos años adentrándome en el mundo de la imaginación y las historias; de cómo conocí (y me enamoré) de la lectura, y del papel que la familia juega en la toma de decisiones y la búsqueda de un sentido de vida.

Espero les guste. 



¡Ah!, pero antes, una playlist para el mood de lo que están por leer:

 

Y también una presentación buenísima que da un poco de contexto de La Divina Comedia.

 


Ahora sí, vamos con la lectura:


Esta historia empieza con un muchacho que se llama Patricio.

Él es un niño muy hiperactivo, no puede dejar de moverse, es bastante inquieto, sabía bastantes cosas, y por lo general solía vivir en su propio mundo.

Entre tanta creatividad, que luego no sabía hacia dónde dirigirla, un día, Octavio, su papá, decide hacer un trato con él.

Se lo lleva de viaje, y le dice: —ya que necesito que hagas algo productivo con tu vida, y viendo lo creativo que eres, te propongo un trato. Yo te voy a dar un libro, el que yo quiera, y tú lo vas a tener que leer en menos de cinco meses —a lo que añade— si lo logras, yo te compro el libro que tú quieras, pero si no, yo te voy a seguir imponiendo los libros.

La razón detrás de este trato es debido a que Octavio buscaba inculcarle a Patricio un buen hábito de lectura y escritura desde una temprana edad.

 

Álbum de Fotos, para que me conozcan un poco a esa edad:

La Divina Apuesta



Entonces, llega el día, y la familia sale de viaje, y al entrar a la casa en la que se quedarían por las siguientes dos semanas (la cual, a pesar de los bellos paisajes y la calma a su alrededor, carecía de algunos de los servicios más modernos y cómodos de una vida citadina) Octavio le entrega a Patricio el libro.

Ese libro es La Divina Comedia, de Dante Alighieri, ya que Patricio había crecido en un entorno católico, por lo que Octavio había decidido empezar por un libro con el que de cierta forma estuviera familiarizado; pero debido a la extensión, contexto sociocultural y complejidad lingüística de la historia, optó por obsequiarle una versión resumida y dirigida a niños.

—Muy bien, en la parte de atrás del libro viene una serie de preguntas, las cuales te voy a hacer cuando termines de leer —le dice en cuanto se lo da— Como te dije, tienes cinco meses para terminar el libro, y entonces veremos qué tanto has aprendido.

Después de recibir el libro, Patricio se sienta en la sala, junto a la chimenea (pues era una noche algo fría), y se pone a leer.


Esto fue más o menos lo que leí (obvio no ESTA versión, sino una para niños).      

En un principio, comienza por hacer lo que la mayoría de niños hace cuando se les deja leer un libro (revisar la extensión de páginas), y tras no encontrar una sola imagen en él, se dice a sí mismo: ‘pero qué libro más aburrido, jamás lo terminaré a tiempo’.

Reuniendo toda la concentración que pudo, y enfocándola en aquellas primeras palabras sobre el papel, comienza a adentrarse en la historia. 


Para ahorrarles el trabajo, esta este video excepcional sobre la novela.

 

Hasta el momento comprende que el protagonista es un joven llamado Dante, italiano, de la Edad Media, que aparentemente se ha quedado dormido (o algo por el estilo) y que de pronto se encuentra en una selva, ahora acompañado de un tal Virgilio, que nunca te lo presentan como tal, pero parece que Dante lo conoce, y emprenden juntos un viaje a las profundidades de la Tierra (algo que Patricio en un inicio confunde con la novela de Viaje al Centro de la Tierra, de Julio Verne, pero que años después entendería que eran dos historias completamente diferentes).

Con el pasar de las horas, Patricio, junto con Dante, va recorriendo ese “mundo” (aunque mejor le quedaría el término de “inframundo”), fascinándose (y aterrándose) con las cosas que encontraba relatadas en las páginas, ya que como buen fanático de la historia y la mitología (particularmente la grecorromana), iba conectando los hilos, relacionando ciertos personajes y elementos de la Biblia y los mitos con la propia novela, a tal punto de quedarse dormido en aquel sillón a causa del cansancio.

Al encontrarlo ahí, dormido, con el libro entre sus piernas, Octavio se conmueve y lo lleva a la cama, no sin antes comprobar cómo le estaba yendo en su lectura, y una grata sorpresa se llevaría al notar que en su primera noche, ya había leído gran parte del Infierno de Dante (algo que irónicamente no se parecía en nada a la experiencia inicial de Patricio con su primer libro leído).

 

Durante los siguientes días, Patricio se dedicaba casi totalmente a leer. No importaba si estaba en el desayuno, en el baño, a punto de irse a dormir o al aire libre; encontraba un rincón o un espacio lo suficientemente cómodo para sentarse o recostarse, y adentrarse prácticamente de lleno en la travesía de Dante, que, como él, seguía adelante sin importar la circunstancia o la vista que tuviera enfrente.

En ocasiones, y debido a la poca interacción que tenía con el Internet, así como de aparatos electrónicos, Patricio se veía en la necesidad de recurrir a otros libros (especialmente enciclopedias) para informarse o buscar aquello que no entendiera en su lectura, cosa que agradaba a sus padres, pues eso le ayudaba a investigar y conocer (habilidades que tenía tanto desde pequeño, que hubo una época en donde aseguraba que se convertiría en un investigador de grande).

Otra cosa que le ayudaba era revisar las preguntas del mismo cuestionario al final del libro, donde podía darse cuenta de todo lo que fuera “importante” para la lectura, y en qué temas debía prestar más atención al leer.

 

Pasadas las semanas, el viaje se termina y Patricio y su familia regresan a la ciudad, a sus vidas cotidianas, pero eso no es ningún impedimento para su ahora hábito de lectura diaria (el cual desafortunadamente ya no es tan diaria hoy en día) le había permitido a Patricio llegar a la parte del Purgatorio, pues gracias a la familiaridad con ciertos elementos de la historia, pudo mantenerse enganchado con la narrativa, y seguir adelante (y en parte, también al hecho de que se había dado cuenta de lo apasionante que era leer y por lo tanto estaba dispuesto a terminarlo antes del plazo de cinco meses que había acordado con su papá). De la misma forma que Dante quería llegar con su amada Beatriz al Paraíso, Patricio quería llegar al final de la historia y cumplir su parte del trato.

 

El tiempo sigue pasando, Patricio vuelve a la escuela, donde sus profesores sufren a diario para tratar de alejar su atención de aquel libro que en una sola noche había logrado cautivarlo, a tal punto de llamarle la atención varias veces, pero eso no sería todo, sus padres, un tanto arrepentidos del monstruo que habían creado (en realidad no), tenían que lidiar con ese bulto iluminado bajo las sábanas por las noches, con ese zombie que se negaba a levantarse si no había leído por lo menos tres páginas, con las llamadas de los profesores indicando que su hijo no salía del salón y prefería pasar los recreos leyendo, o con el pequeño demonio que se apoderaba de él si algún pobre desgraciado se atrevía a interponerse entre él y su tesoro de papel.

 

Pero entonces, luego de dos meses de consolidarse el trato padre-hijo, Patricio devora con sus ojos las últimas letras de la última página, y después, nada, un blanco y empapelado vacío le espera después. Había llegado al final del libro.

‘¡Lo logré!’ —gritó en su mente— ‘¡he terminado de leer!’

Claro que para el Patricio de ahora un libro de 90 páginas se lo puede terminar en un par de horas (o de días, dependiendo de su compromiso e interés por la historia), pero para el Patricio de 8 años, cuya única experiencia era leyendo los reversos del cereal, libros con imágenes de la biblioteca infantil de su escuela y los letreros de la calle, aquella novela (su primera de cientos por venir) había sido toda una travesía (¡con su propio Infierno, Purgatorio y Paraíso incluidos!).

Pero ahora no era momento de festejar, sino de comprobar que hubiera comprendido la lectura. Por eso, en el momento en que avisó a su papá de que terminó de leer la novela, se preparó para contestar las preguntas del cuestionario.

Cabe señalar que dicho cuestionario no presentó ningún tipo de problema en el chico, quien contestó las preguntas (o al menos la mayoría) correctamente, cumpliendo con las expectativas que su papá había tenido de él.

  Por si realmente quieren conocer también la historia de La Divina Comedia, pero no tienen tiempo, o les cuesta trabajo leer textos tan largos, aquí les dejo una versión en audiolibro:


—Bueno —le dice Octavio una vez califica su pequeño “examen”— me has demostrado que no sólo sabes leer, sino que también entiendes lo que estás leyendo, porque yo te puse una prueba al darte un libro que no es para nada fácil de leer, especialmente para tu edad, y no lo dejaste de lado.

A partir de entonces, y durante los siguientes años, padre e hijo seguirían cumpliendo su parte del trato, comprando y leyendo todo tipo de novelas, cuentos y demás, haciendo crecer la ya de por si gran colección de libros de la familia.

 

En ese momento, algo quedó claro para Patricio: si había podido leer y entender algo que era difícil incluso para un lector adulto a tan corta edad, entonces no habría historia demasiado complicada para descubrir, lección que años más tarde le ayudaría a aplicarse como contador de historias, pero no de libros que encontró de una biblioteca, sino de las que salieron de su propia pluma y dedo.

 

Fin.


Pues bien, esa fue la historia de cómo leí un libro por primera vez. ¿Les gustó? ¿No les gustó? Esperamos sus respuestas.

Nos leemos a la próxima.

-Temporada de Patos.



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