Hola de nuevo. Bienvenidos al segundo post de Temporada de Patos, que como ya saben, aquí hablamos de películas, series, libros, videojuegos, y todo aquello que tenga que ver con el mundo del entretenimiento y el ocio.
En esta ocasión, les presento una versión alternativa de la historia que conté en el post anterior, sobre mi primer adentramiento al mundo de la lectura. Esta vez, con un giro, y es que a modo de espectador omnisciente, así como de narrador, la historia será contada por alguien más, y no somos ni mi papá, ni yo.
¿Quién será? ¿Por qué no leen el siguiente poema y lo averiguan?
Tiempo hace ya, de que esto sucediera,
más esta historia que hoy voy a contarles
de un padre e hijo es, ¿Quién no se conmoviera?
El niño, inquieto es, debo señalarles.
El padre, siendo astuto y comprensivo
un trato con él pacta, hay que escucharles.
"No veo que hagas algo productivo"
Le dice el padre a su hijo, sereno:
"Ruego, pues, que el pacto sea efectivo"
"En pos de que esto te resulte ameno
un libro de mi elección leerás
a ver si esto llegase a serte bueno;
Creo que cinco meses, ni uno más,
me parece son más que suficientes,
pues yo sé bien que tú lo lograrás".
"De hacerlo bien, tú los libros siguientes
podrás elegir, sin ningún problema,
más si fallas, van a ser diferentes".
Decidido a enfrentar este problema,
el chico sonrió y aceptó la apuesta:
"Venga, pues, a leer este poema".
Satisfecho con aquella respuesta,
el padre a la familia lleva a un viaje,
lejos, al campo, sin gente molesta.
Por la noche, llegan al hospedaje,
que a pesar de que no era tan moderna,
al menos tenía un muy buen paisaje.
Dejando el libro sobre su entrepierna,
el padre sonríe al niño, y se marcha,
sin darle un tiempo de atención paterna.
Sentado en la sala, bajo la escharcha,
solo, ante la luz de la chimenea,
quiere, él, abandonar, cual contramarcha.
Pero entonces, la cabeza menea.
"No puedo rendirme ahora" se dice,
viendo hacia el fuego, allá, en la chimenea.
"No pararé, hasta que lo finalice,
que el fuego y el cielo sean mis testigos,
de que nada habrá que me obstaculice".
Así, sin vernos ya como enemigos,
después de haber leído la portada,
el chico y yo ya éramos amigos.
Ahora conocen mi coartada,
pues el libro que en sus brazos tenía,
era mi más grande obra publicada,
con la que ya había cierta armonía,
pues de mitología y religión
ciertos conocimientos ya tenía.
Entonces, ya hecha aquella asociación,
empieza a seguir la misma aventura,
la que mi homónimo hizo su misión.
El inicio para él fue una tortura,
de semejante lenguaje entender,
lo que casi lo lleva a la locura;
y aún no me deja de sorprender,
que siendo tan joven aquel chiquillo,
a saberlo leer pudo aprender.
Leer mi Infierno se le hizo sencillo,
sabiendo bien del Inframundo griego,
así como del Diablo, el bien pillo.
Viendo a la lectura más como a un juego,
al pequeño lector se le fue el tiempo,
quedándose dormido junto al fuego.
Afortunadamente, a muy buen tempo,
su padre lo levanta y se lo lleva,
sin olvidar su nuevo pasatiempo.
Y así fue, que esta historia tan longeva,
el chico terminó en un par de meses,
lo que resultó en una vida nueva.
Un tiempo él y yo fuimos cual siameses;
Infierno, Purgatorio y Paraíso
cruzamos, con los mismos intereses;
y si algo en su saber era impreciso,
buscábamos en una enciclopedia,
pues Internet para él no era preciso.
"Terminaste La Divina Comedia"
dice el padre, con un examen fuera.
¿Acabará esto en triunfo, o en tragedia?
Si estos fueran unos niños cualquiera,
entonces no habría cómo ayudarles,
¡Ojalá como él más niños hubiera!
Pero aún me queda más de qué hablarles,
y es algo sumamente positivo,
pues por mi voz ha querido informarles:
"Nunca me había sentido más vivo
que escribiendo algo como esto, tan pleno,
he encontrado mi Beatriz, mi objetivo".

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